viernes, 18 de abril de 2008





Manuel Rodríguez y Los Húsares De La Muerte


Los Húsares De La Muerte

Rodríguez organizó los "Húsares de la Muerte", batallón que se distinguía por una calavera de paño blanco sobre negro, simbolizando la decisión de morir en la batalla antes que permitir el triunfo del enemigo.
Entregó los puestos de oficiales a sus familiares y amigos. Cuenta el historiador Ricardo Latcham que "el cuerpo llegó a contar de doscientos hombres, armados de 200 tercerolas sin terciados, 200 sables con sus tiros, 172 pares de pistolas, 80 piedras de chispa, dos cajones de cartuchos a bala y 6 de instrucción. Todo fue sacado de la Maestranza del Ejército".
O'Higgins Aclamado
Pronto fue avisado O'Higgins acerca de los sucesos en la capital y, aún herido, decidió regresar desde el sur. Llegó a Santiago en la madrugada del 24 de marzo y de inmediato se reunió con Cruz. Se informó acerca de los Húsares y de las acciones de Rodríguez.
Horas más tarde, O'Higgins acudió al Cabildo. Relata Barros Arana: "... cuando levantándose del sillón directorial, se puso de pie con el brazo entrapajado y con el rostro pálido por la fatiga, la concurrencia prorrumpió en calurosos aplausos. Con palabras sencillas refirió la jornada del 19 de marzo y los esfuerzos hechos para reorganizar el ejército, asegurando que la Patria tenía recursos suficientes para salir victoriosa de aquella tremenda crisis".
Allí mismo reasumió el poder, en medio de las aclamaciones de los asistentes.
Menos de treinta horas había durado el Guerrillero en el cargo de Director Supremo.
Ni Manuel Rodríguez ni los Húsares combatieron en la batalla de Maipú. El general San Martín había dispuesto que la batalla era decisiva y que en su éxito se pondría todo el empeño de los patriotas. Por tanto, hombres desprovistos de instrucción militar no podían participar.
Días más tarde, el general O'Higgins dio orden de disolver a los Húsares por falta de disciplina y de espíritu militar.


En Til-Til Lo Mataron


Pero a pesar de esta drástica medida del Director Supremo, los ánimos en Santiago no lograron calmarse. El 14 de abril de 1818 se conoció la noticia del fusilamiento de los hermanos Juan José y Luis Carrera en Mendoza, lo que provocó gran revuelo en el pueblo y violentas reacciones por parte de los carrerinos. Tres días más tarde, en distintos lugares de Santiago, se reunieron los vecinos, en Cabildo Abierto, para terminar con el continuo desorden en la ciudad. Grupos disidentes gritaban contra "los tiranos", "las contribuciones" y pedían "la disminución de las atribuciones del Director Supremo", "cambio del Ministerio" y "la injerencia del Cabildo de Santiago en el nombramiento de los secretarios de Estado".
Entre esta multitud exaltada se encontraba Manuel Rodríguez junto a Gabriel Valdivieso, joven inquieto y atrevido que no desaprovechaba oportunidad para demostrar su descontento con el general O'Higgins. Ambos jóvenes protagonizaron luego un incidente que tuvo dramáticas consecuencias para el Guerrillero.


¡A Caballo Por El Palacio De Gobierno!


El Cabildo nombró una comisión, formada por Agustín Vial, Juan José Echeverría y Juan Agustín Alcalde, para que comunicaran a O'Higgins las exigencias del pueblo. Mientras el Jefe de Gobierno recibía en el Palacio a los comisionados del Cabildo, se escuchó un gran estrépito producido por gritos y sonidos de cascos de caballos. Manuel Rodríguez y Gabriel Valdivieso se habían introducido al Palacio montando sus cabalgaduras, seguidos por una multitud bulliciosa. Rápidamente la guardia presidencial detuvo a Rodríguez y a Valdivieso y disolvió a los revoltosos. Condujeron a los detenidos hasta el cuartel de San Pablo, ubicado en la calle que aún lleva ese nombre (esquina de Teatinos).
Una vez más, Rodríguez se encontraba prisionero. Su temperamento impetuoso y el profundo dolor que le produjo la ejecución de los hermanos Carrera, lo impulsaron a desafiar abiertamente a la autoridad, sin pensar en las consecuencias. Este acto de Rodríguez sirvió de pretexto para que la asociación secreta Logia Lautarina lo condenara a muerte.


Veredicto Implacable


La Logia Lautarina fue creada por San Martín en 1812, en Buenos Aires, con el fin de trabajar activamente por la Independencia Americana. Actuaba en forma secreta y eficaz y pronto se extendió a Santiago, adquiriendo poder. Sin autoridad legal, ejerció influencia en los acontecimientos. Implacable contra sus enemigos y escondida en el anonimato, la Logia se ganó el rechazo de muchos patriotas.
Manuel Rodríguez, que se movía independientemente de acuerdo a su propio temperamento y espíritu inquieto, pronto se trasformó en una molestia.
A medida que el Guerrillero se hizo más popular, se decidió buscar la forma de eliminarlo. Y la ocasión se presentó propicia a raíz de la irrupción del caudillo en el palacio de gobierno y su posterior encarcelamiento.


Obra, Obra, Obra, Vente, Vente...


Preso en el cuartel de San Pablo, Manuel Rodríguez se encontraba custodiado por una compañía del Batallón Cazadores de los Andes, al mando del teniente coronel argentino Rudecindo Alvarado.
Cuentan que no obstante las precauciones que se tomaron para vigilar a Rodríguez, él lograba burlar la autoridad de Alvarado y sobornaba a los oficiales que lo cuidaban durante la noche para que le permitieran realizar pequeños "paseos" por la ciudad: "Por las noches, Rodríguez cambiaba el uniforme por un espeso poncho y su sombrero militar por uno de anchas alas. Vestido de civil se paseaba hasta la madrugada y dando su palabra de honor al oficial de guardia alcanzaba hasta sitios alegres y a otros donde lo aguardaban los amigos..." "Son las últimas horas de libertad y muy pronto no respirará más el aire familiar de las calles dilectas".
Aunque encarcelado, Manuel Rodríguez no descansaba y escribió una carta a su amigo Carlos Cramer pidiéndole que fuera a su lado. Decía: "Obra, obra, obra. Vente, vente, vente y vuela, vuela Ambrosio al lado de Rodríguez". El mensaje fue interceptado antes de llegar a su destino y, valiéndose de él, acusaron a Rodríguez de seguir conspirando en contra de las autoridades.
Después de estos hechos se realizaron misteriosas reuniones entre tres personajes: el teniente coronel Rudecindo Alvarado, el teniente Manuel Navarro, español al servicio del Ejército de los Andes, quien posteriormente jugaría un importante rol en la muerte del caudillo, y Bernardo Monteagudo, apodado "El Mulato", quien pertenecía a la Logia Lautarina y había participado en la muerte de los Carrera. Ellos tenían instrucciones precisas de la Logia, que ordenaba la "exterminación del coronel don Manuel Rodríguez por convenir a la tranquilidad pública y a la existencia del ejército". El comandante Alvarado comisionó a Manuel Navarro para que custodiara al prisionero y le diera muerte. A partir de entonces la suerte del héroe popular estaba echada y sus días contados.


Asesinado Por La Espalda


Aproximadamente diez días después de su arresto, Rodríguez fue sacado en la madrugada de la prisión, supuestamente para llevarlo a Valparaíso y de allí mandarlo al extranjero.
Partió la comitiva rumbo a Quillota por la cuesta Dormida y al llegar a San Ignacio se le acercó su amigo, Manuel Benavente. En un descuido de los soldados, Benavente le pasó un cigarrillo. Rodríguez a hurtadillas logró leer el mensaje aconsejándole huir en la primera oportunidad. "Huya Ud. que le conviene", decía Benavente.
El Guerrillero rechazó de plano la idea y a partir de ese momento pareció que presagiaba su muerte. Sus inquietos ojos negros se volvieron vigilantes. Buscaban a su asesino en cada uno de los soldados.
Sobre los pormenores de la muerte, el historiador Latcham cuenta lo siguiente: "Los jinetes avanzan y Navarro, indicando unas luces lejanas, convida a Rodríguez a visitar a unas "vivanderas" que cantan y bailan. El rostro del criollo se enciende y acepta la invitación.
Se aproxima entonces a Cancha del Gato, en cuyo margen se erguían unos maitenes y las famosas sepulturas indigenas del tiempo prehistórico.
Se alejan bastante del grupo de soldados que siguen a la retaguardia. La luna en menguante aún no había salido. Por todas partes los circundan las tinieblas y sólo a la distancia titilan las lucecillas que excitaban la sensualidad del Guerrillero.
De pronto un grito de Navarro vuelve a meter una idea trágica en el alma del infortunado preso.
¡Mire que ave tan extraña! grita Navarro y un pistoletazo quiebra la dormida calma del campo.
Una puntiaguda bala ha picado en el pescuezo. Al caer, Rodríguez grita:- ¡Navarro, no me mates! ¡Toma este anillo y con el serás feliz!El soldado Parra Y el cabo Pedro Aguero "rematan al tumbado jinete, descargándole a boca de jarro las carabinas. Después lo arrastran hasta un zanjón y lo cubren a medias con ramas de árboles y con piedras". El cadáver quedó abandonado, a un lado del camino".
Pedro Aguero fue encargado de informar que el prisionero había sido muerto al tratar de escapar.
Los asesinos de Rodríguez nunca fueron castigados. En el primer momento se puso preso a Navarro, pero pronto salió libre sin que se hubiera realizado un proceso serio que tratara de aclarar la verdad.
"El día 30 hizo Alvarado levantar un inventario de las ropas de Rodríguez". Se hallóuna chaqueta verde bordada con trencilla y una camisa, ambas agujeradas y empapadas de sangre. El reloj de Rodríguez fue regalado a Navarro por Alvarado. Más tarde fue vendido por el victimario al coronel Enrique Martínez. Las otras prendas y el dinero del muerto se repartieron entre los que secundaron el asesinato".
Ficción versus Realidad
Los Húsares De La Muerte son la voz del pueblo que no es escuchada por las cúpulas de poder y que tienen que actuar al margen de la doctrina de las autoridad regente.
Se quiso rescatar la esencia heroica de hombres y mujeres que dieron todo para luchar por su patria en épocas en que se vislumbraba una incipiente república. Porque es necesario recordar aquella que menciona que “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”, y en hombres tan distintos como José Miguel Neira y Manuel Rodríguez esta frase cobraba aún más portentosa fuerza.
Ahora cuando se trata de tomar estos antecedentes como marco para crear personajes de historieta, es necesario dejar en claro, que se hace con el mayor respeto posible y que a fin de cuentas, esto es ficción y no tiene el objetivo de condecirse fidedignamente con la realidad histórica, sino entretener y ojalá fomentar la lectura.
Fotografía: Estatuilla de Manuel Rodriguez (Museo El Carmen) Próceres de Chile, La Nacion.